Los documentos suelen ser pensados como un conjunto de papeles u objetos recopilados, creados y publicados por alguna editorial, institución, corporación, entidad física o moral. Sin embargo un documento va más allá de lo trivial y cotidiano. Pensemos al documento como un ser viviente en donde se ha encriptado la información pero solo el portador o contenedor puede desglosar su contenido, sin dejar de lado al lector o consumidor que por alguna razón busca el soporte y contenido adecuado a sus deseos o necesidades. Pensemos en un ser humano como soporte y contenido; el soporte tangible (visible) y descriptores externos los cuales proporcionan cierto potencial para examinarlo y clasificarlo de acuerdo a nuestros prejuicios y parámetros sociales. El aspecto físico suele mostrarse de forma engañosa y ambigua en su carácter de exterioridad pero en cuanto al contenido interno se necesita casi una porción de vida para analizar de manera objetiva la información representada, por medio del conocimiento y experiencia acumulada y relevante. El soporte pudiera llegar a ser, sin duda alguna, un medio de almacenamiento de datos que cambia de materia de acuerdo a su vigencia y degradación constante. Mientras que el contenido es indeleble a no ser que se perfeccione y aumente su núcleo sustancial.
Los documentos informáticos (digitales, virtuales y holográficos) y analógicos tanto como los orgánicos, son a fin de cuentas tan sólo un envase que refleja la época en donde fue redactada, estructurada y recopilada cierta experiencia a título personal o colectivo. Con el pretexto de materializar un objetivo o un capricho científico, infantil y hasta divino.
Escena de la película, "The Pillow Book".
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